Los Dos Rojas

viernes, 15 de mayo de 2009

Reseña sobre la vida y obra de Isidoro de Sevilla




Los eruditos estiman que Isidoro de Sevilla nació el año 560 en la ciudad de Cartagena, o bien en sus cercanías. Sabemos que murió el 4 de abril del 636 en la ciudad de Sevilla, de la cuál fue obispo durante más de tres décadas (599 al 636), cuyo ejercicio le cupo tras la muerte de su hermano Leandro. Fue hijo de Severiano, un aristócrata hispanorromano casado con Teodora, muchacha de ascendencia goda, que tras la muerte de su marido se habría hecho religiosa. La familia migró desde Cartagena a Sevilla huyendo de las persecuciones desatadas por los ejércitos de conquista de Justiniano, emperador Bizantino del siglo VI.

Isidoro fue un hombre venerado en su época, referente obligado para los estudiosos del Mundo Antiguo que le siguieron y considerado un hombre de gran valor y prudencia. Longevo y respetado, su legado es reconocido hoy no sólo por la iglesia Católica Romana, sino también por la Iglesia Católica Ortodoxa. En el ámbito de la devoción cristiana, se le reconoce –no sin cierto humor- el patronazgo sobre la Internet, dado que fue el primer compilador del saber erudito en Europa. Pero desde antes, su patronazgo de extiende a las letras, la filosofía, la topografía y la actividad propiamente de estudiantado. Mezcla de romano y de visigodo, a Isidoro le cupo una responsabilidad primordial en la cristianización de la península Hispánica durante los difíciles tiempos de la desintegración de la Antigüedad; época de conformación del reino visigótico, donde la naciente España parecía hundirse en la oscuridad de la ignorancia germánica. Formado en las lecturas de San Agustín y San Gregorio Magno, estudió en la Escuela Catedralicia de Sevilla, la primera de su género en España. Allí recibió, bajo el mecenazgo de Leandro, la educación de las siete artes liberales (el trivium y el cuadrivium), del latín, el griego, el hebreo y la filosofía e historia antigua.

Quizás la principal de sus luchas fue la conversión de los reyes visigodos, arrianos, al catolicismo. Una obra que llevó a cabo junto a su familia, compuesta por cuatro hermanos, curiosamente, todos santos, de los cuales Isidoro era el menor: San Leandro, arzobispo de Sevilla, cercano a Recaredo, primer rey católico de España; San Fulgencio, Obispo de Cartagena y de Astigi (la actual Écija), y su hermana Santa Florentina, memorable abadesa de la que se dice tuvo a su cargo cuarenta conventos y un millar de religiosas. Son conocidos en la tradición sevillana como los Cuatro Santos de Cartagena y patrones de la diócesis. A la edad de veintiséis años se ordenó como monje, y a los treinta fue nombrado por su hermano como Abad, cargo en que se le reconoce su faceta como formador de monjes en el prestigio de la santidad, escritor fecundo y celoso de la disciplina monástica. Célebre por su dominio de las lenguas clásicas, su lengua materna no obstante fue el godo.[1] Tras la muerte de su hermano Leandro, le cupo como obispo de Sevilla presidir el II Sínodo provincial de Bética (618) al que asistieron prelados de las Galias, Narbona y España. Fue quizás el primero de sus golpes intelectuales contra el arrianismo en Hispania, dado que en aquél sínodo Isidoro logró que quedase establecida la naturaleza de Cristo, divina y humana, en oposición a los estipulados de Arrio, muy difundidos por las costas mediterráneas entre los siglos V y VII. Ya anciano presidió además el IV Concilio de Toledo (633) año en que quedó señalado, bajo la influencia de Isidoro, en seminarios obispales y escuelas catedralicias, la enseñanza del griego y del hebreo, el estudio de la medicina antigua y del derecho. Se logró además la unificación de la liturgia en la península y se promovió como nunca antes la formación cultural del clero. Su cercanía con los monarcas y sus escritos en materia de derecho divino lo proponen como uno de los precursores de la teoría de la Vox Dei (sobre el origen divino del poder), consolidada más tarde por los carolingios en Francia y en toda Europa tras la coronación de Carlomagno (800). Fue un férreo defensor de los monjes, a quienes tuvo en alta estima a lo largo de su vida (Célebre es su anatema del año 619 contra los enemigos del monacato) y que en nuestra interpretación, fue el elemento central de su actividad pedagógica y evangelizadora.[2]




Su obra es impresionante. Escribió tratados filosóficos, lingüísticos e históricos. Al rey Sisebuto, amigo y coetáneo, se dice que dedicó la primera de sus grandes obras De natura rerum (Sobre la Naturaleza de las cosas). Le siguieron los tratados De ordine creaturarum, Regula monachorum, De differentiis verborum (tratado sobre la doctrina de la Trinidad, la naturaleza de Cristo, los ángeles, el Paraíso y la naturaleza de los hombres), De viris illustribus, un trabajo biográfico sobre la patrología cristiana y los primeros teólogos de la cristiandad. (Al que, a su muerte, San Braulio, gran amigo y obispo de Zaragoza incluyó el nombre de Isidoro de Sevilla).




En materia teológica destacan sus obras De ortu et obitu patrum qui scriptura laudibus efferuntur, sobre las personalidades destacadas de los Testamentos, la Allegoriae quaedam Sacrae Scripturae, sobre el significado de Las Escrituras, Liber numerorum qui in sanctus scripturis occurrunt, sobre el significado místico de los textos bíblicos; también se cuentan traducciones comentadas, exégesis bíblicas detalladas y otros textos polémicos, como el De fide católica ex viteri el Novo Testamento contra judaeos, en el cual, entre otras consideraciones, insta a los judíos a desterrar el sabbath y superar el desconocimiento de Cristo.




Y por supuesto: Originum sive etymologiarum libri viginti, conocido como Ethymologiae o Las Etimologías, su obra más famosa y estudiada. Escribió también la Historia de los godos, vándalos y suevos. Querido y reverenciado, fue considerado como un verdadero puente entre la barbarie y el saber antiguo. Los concilios de Toledo del 653 y del 688 fueron dedicados a Isidoro y sus obras no cesaron de ser copiadas hasta la invención de la imprenta, donde en menos de cien años ya se contaban alrededor de una docena de ediciones de sus principales textos. Fue una de las fuentes desde donde los árabes conocieron sobre Aristóteles y otros autores clásicos y tras su llegada a la península sus enseñanzas sirvieron como base para la civilización de los moriscos en España. Siglos más tarde fue canonizado en 1598 y declarado Doctor de la Iglesia por el papa Inocencio XIII en 1722. La primera edición impresa de sus obras publicadas fue la de Michael Somnius en Paris en 1580, a la que le siguieron las de Gómez, Perez y Grial en 1599 en Madrid y las de Du Breul en Paris en 1601 y Colonia en 1671.




Sus restos mortales, reliquias eclesiales, se encuentran principalmente en la Basílica de San Isidoro, en León (rescatadas por Fernando I de León de manos de los moros de Al Mutamid tras la victoria de Badajoz y Sevilla en el 1063), y otras menores en la catedral de Murcia. Dante Alighieri, en la Divina Comedia, avistó quizás por última vez a Isidoro en las puertas del Paraíso, iluminando con su “espíritu ardiente” la entrada de los peregrinos.



[1] Quizás por ello se explique la gran cantidad de palabras godas acusadas en el texto original de Las Etimologías, calculadas en alrededor de mil seiscientas, cifra nada despreciable en virtud de una obra latina docta para la época. N. del A.

[2] En este sentido cabe recordar que la Iglesia es misionera desde su origen más remoto. Efectivamente, en su mensaje yace la idea de la anunciación desde el principio, vale decir, divulgar la buena noticia de la resurrección de Jesucristo a todo el mundo. Jesús comenzó su labor compartiendo sus signos con el grupo de apóstoles, seguidores inmediatos a los que envío más tarde a recorrer el mundo con la prédica del reino de Dios (Mt 10:1-15). La conciencia de una evangelización es el más antiguo de los legados del Jesús de Nazaret, mensaje que da sentido a la labor de los obispos y unidad a la iglesia en su vocación ecuménica. Encontramos pasajes a modo de apología de la evangelización en “El martirio de Esteban” (Hch 7: 55-60), la “Predica de Felipe en Samaría” (Hch 8,5), en “Pedro acude a casa de Cornelio” (Hch 10,1-48) y muy significativamente en “Pablo se concibe como apóstol de los gentiles” (Gál 1,16). Quizás desde sus orígenes también la Iglesia cristiana tenga que ser designada en plural. En efecto, corrientes paralelas, en ocasiones contradictorias entre sí muestran una imagen del cristianismo divergente y pluralista, por lo menos hasta los tiempos de Gregorio Magno (S. VI – VII) y coincidentemente, de Isidoro. N. del A.

2 comentarios:

Rebelde... dijo...

El texto me lleva como el agua a a la arena. Excelente descripción, entretenida, liviana y de fácil comprensión. La historia pasa a ser una aventura que envuelve como si uno estuviera allí. Felicitaciones.

Anónimo dijo...

Estimado señor:
Deseo invitarle a la lectura de mi trabajo sobre el papel que jugó la industria de guerra soviética durante la Gran Guerra Patria (1.941-1.945). Articularé el texto en varias entradas o trozos para flexibilizar y cadenciar su lectura. A los forofos de la historia militar (y la historia en general) no se les pasa por alto que la economía se halla en la actualidad intensamente imbricada con el fenómeno bélico. Espero que los datos que voy a ir mostrando en el blog le sirva para comprender mejor una parte importante de ese conflicto tan brutal que fue la imperfectamente denominada guerra germano-soviética.
Un fuerte abrazo desde tierras canarias.

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